El 24 de mayo de 2004, la madrugada se tiñó de tragedia en Jimaní, provincia Independencia, cuando el río Blanco o Soliete se desbordó tras años sin crecidas significativas. La catástrofe arrasó con el barrio La 40 y dejó una huella imborrable en la memoria del país.
Marian, una joven embarazada que vivía en La 40, no despertó aquella noche. Su sueño se volvió eterno, como el de cientos de víctimas que desaparecieron entre las aguas y los escombros. Se calcula que entre 400 y 500 personas murieron en la inundación, aunque las cifras oficiales variaron y nunca se pudo hacer un conteo exacto.
Los números: 903 viviendas afectadas, de las cuales 620 dañadas, 212 en ruinas, 71 con daños parciales y 35 sometidas a limpieza debido a la basura y escombros.
Ovidio Dotel perdió a su hija en el desastre. “Nos cansamos de buscarla y no apareció. Fue la primera vez que vi tantos muertos juntos”, recuerda con tristeza. La devastación fue tal que muchos cuerpos fueron enterrados en fosas comunes, sin la despedida que merecían.
La riada sorprendió sin avisos. Para muchos sobrevivientes, como la septuagenaria Eladia Santana, fue una noche de terror. “La puerta de la casa se fue con todo y nos quedamos en la galería, callados y tranquilos, esperando que acabara la tormenta”, relata.
El entonces alcalde Laureano Santana vivió en carne propia el horror. “Nos despertamos con truenos y los lloros de las personas. Encontramos cuerpos mutilados en las calles. Fue una madrugada tenebrosa”, confiesa entre lágrimas.

Consecuencias devastadoras
Las consecuencias fueron devastadoras: casi 400 muertos, cientos de desaparecidos y miles de viviendas dañadas o destruidas. La comunidad quedó desolada y el barrio La 40 permanece deshabitado hasta hoy, con el recuerdo de aquella noche grabado en cada esquina.
El alcalde Santana ha solicitado reiteradamente permisos para dragar y reencauzar el río, pero las exigencias ambientales han complicado el proceso. “Cada vez que pasa el río sedimenta y se llena, y ahí viene el problema”, explica.
En la avenida 27 de Febrero, un monumento honra a las víctimas, recordando a padres, hijos, hermanos y vecinos que no regresaron de aquella madrugada.
Los sobrevivientes ahora viven en Villa Solidaridad, una comunidad que se levantó tras la tragedia. Eladia, por ejemplo, renombró su negocio como “Colmado Sobreviviente”, un símbolo de resistencia y esperanza.
Jimaní sigue marcando esta herida profunda. La memoria de quienes se fueron sigue viva, y el compromiso de cuidar y prevenir nuevas tragedias es un llamado vigente para todos.
Tomado de Listin Diario