El expresidente de Chile Sebastián Piñera murió este martes en un accidente de helicóptero, reportan medios locales.
El accidente sobre el lago chileno Ranco dejó un muerto y tres heridos, según informan medios locales.
Piñera, de 74 años, fue presidente del país sudamericano en los periodos 2010-2014 y 2018-2022.
¿Quién fue Sebastián Piñera?
Entre 2010 y 2014 Sebastián Piñera personificó la alternancia democrática en Chile, de nuevo conducido por la derecha tras 20 años de gobiernos de la Concertación del centro-izquierda. El 11 de marzo de 2014, a los 64 años, devolvió la Presidencia a Michelle Bachelet, la dirigente socialista a la que había sucedido cuatro años atrás. Una vez fuera del poder, el ex mandatario no tardó en erigirse en líder indiscutible de la oposición conservadora al Gobierno de la Nueva Mayoría y en poner sobre la mesa su nueva postulación a la jefatura del Estado de cara a las elecciones de noviembre de 2017.
Como cabeza de la coalición Chile Vamos, Piñera, aparentemente inmune a las informaciones sobre la ocultación de una parte sustancial de su patrimonio financiero, oferta ahora un programa «para las familias», favorable a los emprendedores y para que el país sudamericano, presa según él del estancamiento e incluso en retroceso, retome el «rumbo del progreso» y levante «vuelo», iniciando así «una segunda transición hacia el desarrollo integral».
La mitad de sus compromisos, avisa, se costearían con «reducción de gastos innecesarios» y «estrictas medidas de austeridad» en el sector público.
Uno de los hombres más ricos de Chile, con un historial de éxitos empresariales no exento de pasajes turbios por una serie de prácticas mercantiles abusivas que le acarrearon serios líos con la justicia, y antiguo senador, el magnate, un hombre de estilo abierto y locuaz, llegó al Palacio de La Moneda al segundo intento, ya que en 2006 fue derrotado por Bachelet.
Desde su partido, Renovación Nacional, impulsó la actualización de la derecha chilena, donde representaba a los sectores más moderados y liberales, con el fin de desligarla de su pasado pinochetista.
Siempre dijo que él estuvo en contra de la Junta Militar y que en el plebiscito de 1988 votó no a los designios políticos de Pinochet, aunque por otro lado, en 1998, fue un enérgico denunciante de la detención del general en Londres.
En enero de 2010 Piñera, candidato de la Coalición por el Cambio, se impuso en el balotaje al democristiano Eduardo Frei con una plataforma que sostenía las banderas de la dinamización productiva (meta de crecer un 6% anual), la aceleración del desarrollo (objetivos de «erradicar» la pobreza y alcanzar estándares europeos para 2018, metas muy ambiciosas que no ha mantenido ahora en la campaña de 2017), la creación masiva de empleo, el combate a la delincuencia y la superación de las flagrantes desigualdades sociales, todo ello en un contexto de estabilidad macroeconómica y relativa consolidación fiscal. Es decir, se trataba de completar la obra inacabada, cuyos logros reconocía, de los cuatro presidentes concertacioncitas.
Su compromiso era para con la «economía social de mercado», una «sociedad más justa y solidaria» y la «unidad nacional», dejando atrás la polarización ideológica heredada de la dictadura.
Para empezar, su ambicioso Programa de Gobierno tuvo que enfrentar la destrucción masiva provocada por el gran terremoto y maremoto de febrero de 2010, sucedido cuando todavía era presidente electo. La bonanza de los ingresos de las exportaciones cupríferas y el colchón financiero que brindaban los fondos de reserva y el muy bajo nivel de endeudamiento permitieron al Ejecutivo costear los daños con un Plan de Reconstrucción centrado en la restitución de viviendas y la reparación de infraestructuras públicas.
Hecho notable, este esfuerzo, que fue paralelo a toda una serie de mejoras en las subvenciones y bonificaciones sociales, se acometió sin perjuicio del crecimiento y el balance fiscal; al contrario, entre 2010 y 2012 el PIB chileno, superando brillantemente la recesión sufrida en 2009, creció con unas tasas próximas al 6%, mientras que el déficit prácticamente desapareció de las cuentas públicas. Además, no se generó inflación, el paro descendió, hasta tocarse el pleno empleo, y los salarios subieron.
Con todo, Chile no consiguió zafarse de un proverbial desequilibro estructural: en la OCDE, destacaba como un país líder en crecimiento, pero siguió siendo el que peor repartida tenía su riqueza. Además, en su último año en La Moneda, Piñera vio moderarse el crecimiento económico, retornar el déficit fiscal y aumentar el déficit estructural, en buena parte por culpa de la caída de los ingresos del cobre, del que tanto dependía y depende la nación austral.
Amén del agravamiento del déficit por cuenta corriente, de mal en peor desde el inicio de su mandato.
Las cifras de la prosperidad nacional quedaron espectacularmente emborronadas en 2011 por la confluencia de una serie de conflictos sociales, el más clamoroso de los cuales fue el estudiantil.
La enérgica protesta de los estudiantes, que reclamaban un sistema educativo público de calidad, equitativo y gratuito, desgastó al Gobierno y disparó los niveles de rechazo a Piñera, quien vio evaporarse la popularidad ganada durante la crisis del accidente de los mineros de Copiapó en 2010, en cuyo épico rescate tuvo un rol estelar. Si el terremoto había sacado a relucir importantes carencias del Estado y una fractura soterrada en los sectores más humildes de la sociedad, las protestas, algunas con acentos violentos, desarrolladas por estudiantes, obreros, mapuches araucanos, ecologistas patagones y ciudadanos magallánicos fueron la manifestación de un descontento social bastante extendido, malestar que los logros económicos y la batería de novedades legislativas no consiguieron mitigar.
Al final, Piñera, pese a su infatigable búsqueda de la aproximación a la gente, no terminó de conectar con la mayoría de los chilenos, quienes podían reconocer el elenco de resultados de su Gobierno, pero desaprobar sus dotes como político. Por lo demás, las históricas protestas sociales de 2011 abrieron un debate nacional sobre el modelo de país que se quería para el futuro y suscitaron el diagnóstico de un «fin de ciclo» en Chile.
La política exterior de Piñera no se apartó de la senda, muy pragmática, trazada por sus predecesores Aylwin, Frei, Lagos y Bachelet, resumida en la búsqueda de unas relaciones internacionales fructíferas, el alejamiento de las pendencias ideológicas y la apuesta por la inserción en los mercados más dinámicos de la globalización, con hincapié en la región de Asia y el Pacífico, a través de un arsenal de tratados de libre comercio bilaterales, y en paralelo a los procesos de integración abiertos en América Latina. Aquí, Chile confió en organizaciones como la UNASUR, la CELAC e incluso el MERCOSUR, se mantuvo rigurosamente al margen del ALBA bolivariana y sacó pecho de los elogios de la Administración Obama a Santiago.
Durante el cuatrienio, la matriz exportadora de la economía chilena se benefició con la firma de cuatro nuevos TLC con países de Extremo Oriente, la intensificación de los tratos con China y la formación en 2011 con México, Colombia y Perú de la Alianza del Pacífico. Piñera insistió en promocionar a Chile como «puerta de entrada en América Latina» y «puerto de proyección hacia el Asia-Pacífico», una posición dual bien reconocida por los inversores europeos.
Su Administración abrió o profundizó relaciones «estratégicas» con diversos países de América, Asia y Europa, pero mantuvo un doble diferendo territorial con los vecinos Perú y Bolivia. Con el primer país heredó el litigio ante el Tribunal Internacional de Justicia por la delimitación de la frontera marítima (hasta la sentencia salomónica de enero de 2014) y con el segundo acabó también en La Haya (demanda presentada por La Paz en 2013) por su reclamación de una salida soberana al océano por la costa chilena.
Visita RD
En una visita en la República Dominicana del año pasado mes el expresidente de Chile Sebastián Piñera consideró que más allá de las oportunidades en el turismo, la minería, zonas francas e industria, la República Dominicana cuenta con varios talones de Aquiles, entre ellos la calidad en la educación que según su punto de vista, amerita un cambio dramático.
“Hay enormes desafíos y uno es la mala calidad en la educación. República Dominicana en materia de educación está muy mal. Es posible hacer un cambio dramático y aumentar la calidad en la educación porque si queremos llevar a la sociedad conocimiento en educación, el mundo que viene o la inteligencia artificial, se requiere mucho más calidad de la educación, herramientas e instrumentos”, expresó.
Indicó que República Dominicana debe ver el ejemplo de Finlandia y Nueva Zelanda en su éxito en términos educativos, además de definir factores como las técnicas, metodología, el contenido para introducirlos en los procesos de enseñanza y aprendizaje.
El Día