EsquinaRD.– Si tú querías saber cómo se puso de verdad el Olímpico anoche… agárrate, porque eso no fue un concierto: fue un terremoto con luces, sudor y gritos que se escuchaban hasta por la Tiradentes.
Desde que uno cruzaba la puerta ya se sentía ese vibe de “hoy se bebe, hoy se canta y hoy nadie se va temprano”. Cuando Benito arrancó con el famoso “un aplauso pa’ mami y papi”… el estadio completo se puso en modo euforia instantánea.
Un arranque que explotó sin pedir permiso
Entre la banda, los violines, la pantalla gigante y ese intro con nostalgia de barrio, el público estaba tan encendido que cualquiera pensaría que era el final… y apenas estaba empezando.
Y cuando soltó lo de “¡República Dominicana se siente!”, ahí fue que el piso vibró. Literal.



Los looks, los cambios… y el flow
Benito salió con un traje blanco que brillaba más que el sueldo del 30. Luego cambió dos veces más, siempre con ese estilo raro y bacano que solo él entiende pero igual uno termina amándolo.
La gente no dejaba de grabar; aquello parecía un cielo lleno de luciérnagas. Miles de pantallas iluminando las gradas como si el mismo estadio estuviera participando del show.
El detalle que nadie se esperaba
En un momento apareció en pantalla Concho, ese sapo que forma parte de la historia de la gira, tirando su “Acho, quiero ir pa’ la Casa de Alofoke”… y el público se voló. Ya tú sabes: memes en tiempo real.
Y pa’ completar el sazón, entraron los de La Casa de Alofoke 2, haciendo coro con el “Team Fruta”. Eso sonó durísimo. Hasta Alofoke subió, con su entrada estilo personaje sorpresa de videojuego.



El invitado que partió el estadio
Pero el momento que dejó a medio mundo sin aire fue cuando salió Romeo Santos. No hubo anuncio, no hubo intro… nada. Solo la bachatica arrancando y la gente gritando como si fuera Nochebuena. Fue un crossover histórico: El Conejo y El Rey. Punto.
El público andaba en modo fashion show tropical: lentejuelas, shorts atrevidos, crop tops brillosos y sombreros que uno no sabe dónde los venden pero siempre aparecen en estos conciertos. Cada outfit iluminaba más que los mismos reflectores.
El final que no querían que acabara



El show terminó con el público pidiendo “otra, otra, otra”, como si la noche no pudiera cerrarse sin una última bala musical. Y sí, Benito se fue, pero dejó un desorden emocional y un recuerdo que a la gente le va a durar por semanas.
República Dominicana volvió a comprobarlo: cuando Bad Bunny pisa el Olímpico, nadie duerme, nadie se guarda nada y la vibra queda flotando por toda la ciudad.

