Neurocientíficos e informáticos están desarrollando interfaces cerebro-computadora para que puedan comunicarse personas con síndrome de enclaustramiento y otras afecciones que impiden el habla
En la novela clásica de Alejandro Dumas, El conde de Montecristo, un personaje llamado Monsieur Noirtier de Villefort sufre un terrible infarto cerebral que lo deja paralítico. Aunque permanece despierto y consciente, ya no puede moverse ni hablar, y depende de su nieta Valentine para recitar el alfabeto y hojear un diccionario donde encontrar las letras y palabras que necesita. Con esta rudimentaria forma de comunicación, el decidido anciano consigue salvar a Valentine de ser envenenada por su madrastra y frustrar los intentos de su padre de casarla contra su voluntad.
El retrato que hace Dumas de este estado catastrófico (en el que, como él dice, “el alma está atrapada en un cuerpo que ya no obedece sus órdenes”) es una de las primeras descripciones del síndrome de enclaustramiento. Esta forma de parálisis profunda se produce cuando se daña el tronco encefálico, generalmente a causa de un derrame cerebral, pero también como resultado de tumores, lesiones cerebrales traumáticas, mordeduras de serpiente, abuso de sustancias, infecciones o enfermedades neurodegenerativas como la esclerosis lateral amiotrófica (ELA)
Se cree que este trastorno es poco frecuente, aunque es difícil saber hasta qué punto. Muchos pacientes encerrados pueden comunicarse mediante movimientos oculares intencionados y parpadeos, pero otros pueden quedar completamente inmóviles, perdiendo incluso la capacidad de mover los globos oculares o los párpados; lo que imposibilita atender a la orden “parpadea dos veces si me entiendes”. Como resultado, los pacientes pueden pasar una media de 79 días encerrados en un cuerpo inmóvil, conscientes pero incapaces de comunicarse, antes de que se les diagnostique adecuadamente.